Colaboré muy estrechamente con ‘el Loco’ para su proyecto flamenco ‘El sol, la sal y el son’; título que por cierto salió de una lluvia de ideas que le envié desde Los Caminos del Cante. Durante varios meses nos vimos algunas tardes en su teatro de la calle Cuna en Sevilla y allí tuvimos profundas conversaciones sobre el flamenco. (Frame del programa ‘Cuerda de presos’ de Antena 3)
Me resulta curioso como un periodista que elevó los silencios a la admiración de todos, necesitaba el contrapeso vital del quejío flamenco. Jesús Quintero era una apasionado de la jondura, aunque admitía que le hubiera gustado conocer mejor su entramado; solía contestarle que lo importante era sentirlo e interiorizarlo por encima de otra cuestión. Siempre me confesó que le gustaban los ‘majaretas’ del cante.
Finalmente, cuando estuve a punto de presentar el programa (se hicieron algunas pruebas) Jesús optó por darle ese sitio al torero Fran Rivera y, poco a poco, se fue enfriando la colaboración. Más tarde, coincidí con él en varias ocasiones gracias a Rosario Lazo ‘la Reina Gitana’ con la que mantuvo una cercanía casi familiar.
Cuando hablamos de cante, me sorprendía como un perfil de comunicador tan sosegado y templado gustaba de las expresiones duras y febriles, de esas que contagian su dolor por estar fuera de la cordura. Recuerdo que hablamos de Paco Toronjo y cómo le llegaba al tuétano, hermanado en su sentir onubense. Y sobre todo, de un cantaor que le arrebataba la conciencia como Juan Moneo ‘el Torta’. Y entre ambos, aunque sus gustos eran amplios y nada excluyentes, la figura de Manuel Agujetas. Puse mi granito de arena en llevar al cantaor con su hijo a su teatro sevillano; unas grabaciones que pronto compartiré con la familia de caminantes.

Jesús Quintero era una persona con mucha cultura musical. Y él sabía que, en el fondo, esa parte racional que mostraba en sus entrevistas necesitaba de las antípodas del factor emocional. De ahí que buscaba en el cante las huellas de una herida en el tiempo. Al flamenco, me consta, le dedicó sus últimas horas como profesional en los medios y, entre otros logros, fue el artífice de abrir el Teatro Real al arte de su tierra con Paco de Lucía al frente, allá por los años 70 del siglo pasado.
Resulta paradójico que los medios se ensañaran con sus ruinas económicas o su estado de salud, sin tener en cuenta su legado, y ahora le trata como un genio. Así es la vida, así cuando se muere. Estoy seguro que a poco de su partida de este mundo en Ubrique quedó inédita su gran y última entrevista. Aquella que se realizaría a él mismo. Aquella preguntas, sin respuesta, entre los silencios de la tarde y el quejío de una noche más larga que la muerte, como cantó su amigo Juan Moneo. Tal vez por eso, Jesús huía hacia las penumbras de una locura que tantas veces le decía la verdad.
¡Hasta siempre maestro Jesús!
José María Castaño @Caminosdelcante