Un nuevo número de la prestigiosa revista Candil, que edita la Peña Flamenca de Jaén, ya está disponible en línea. El número 165 rinde tributo a la figura y a la obra de Luis Soler Guevara y se publicó impresa en los meses de mayo a junio de 2020; ahora está disponible para toda la familia de caminantes. Aquí van nuestras palabras dedicadas al admirado maestro malagueño. (En la foto, Luis con su sobrino Ramón Soler durante un acto)
Tributo en vida, o lo que es lo mismo, un homenaje cabal. Eso es lo que tributa la Peña Flamenca de Jaén al flamencólogo, escritor y poeta malagueño Luis Soler Guevara (1944) con el nuevo número de su revista Candil, que alcanza ya el número 165. En este enlace tenéis acceso a todo el contenido de la revista Candil:
https://revistacandil.blogspot.com/
Nuestro artículo, en forma de brindis jerezano, dedicado a Luis Soler
Cuando nos solicitan este tipo de artículos, y más si el destinatario es un entrañable amigo y maestro, la publicación termina por ser un panegírico hacia la persona. Creo que, en el caso de Luis Soler, debemos ir un poco más allá, y en la medida que nos sea posible, prestar un poco de atención a su impresionante legado.
Sería harto prolijo señalar cada una de las contribuciones de Luis al Arte Flamenco en sus más diferentes manifestaciones. La suya es una entrega que solo se puede entender cuando alguien lleva la expresión flamenca en la médula espinal y le asola hasta las últimas habitaciones de la sangre, que dijera Federico García Lorca.
El cante como vida, la vida a través del cante
Si la vida de una persona se consagra a una manifestación artística tan imponente como la nuestra, la única vía para llegar al conocimiento es a través de la pasión. Es lo que llaman sabiduría, un concepto que no puede desligarse de ninguno de los anteriores. Y en ese proceloso mar, la gran enseñanza de Luis Soler ha sido que el arte jondo, por encima de otras muchas cuestiones, es un aliento para la vida. Incluso, cuando se pone difícil y oscura. De paso, como él ha indicado el camino a las nuevas generaciones, porque hay que discernir el cante como cultura del flamenco como industria. Siempre con el respeto de no desmerecer ninguna de sus formas.
En este sentido, de Luis Soler hemos aprendido que el cante será eternamente una manifestación íntima del ser humano como respuesta a la existencia y sus avatares más allá de los escenarios. Con más sombras que luces, el caminar de las personas por la vida necesita de un agarradero para poder seguir adelante. A veces, cantando la pena misma y, en otras ocasiones, enmascarándola con el compás y la gracia para reír por llorar. Me decía una abuela mía con 90 años que “en la vida se pierde más que se gana”. Y los años no hacen sino darle la razón. Por eso, como también ha refrendado el maestro Alfredo Benítez, el cante es una terapia para nuestros corazones. Para mí, esta es la gran enseñanza que ha dispensado desde siempre nuestro ilustre malagueño por encima de fechas y datos.

Encuentro en casa de Diego Alba
En una de esas búsquedas de la jondura más auténtica fue cuando conocí a Luis Soler por Jerez. Hace de esto como 30 años, como quien no quiere la cosa. Iba al encuentro de esos rincones llenos de espesas luces donde el gemido cantaor parece emerger de una gruta; muchas veces partiendo de intérpretes desconocidos para el gran público. Recuerdo que algunas de esas grabaciones aparecieron luego en una colección de discos compactos para ilustrar la enciclopedia “Historia del Flamenco” que editara la editorial Tartessos. Auténticas joyas que hoy son todo un catálogo donde la verdad predomina sobre el lucimiento.
Creo que Luis lo recordará con nitidez: por aquellas fechas coincidimos en casa de Diego Alba Villagrán. Nacido en Trebujena pero avecindado en Jerez, Diego era otro romántico empedernido del flamenco y su afición le llevó a reunir una de las mayores colecciones de placas y discos de todo el país. Aquel Archivo Andaluz del Cante, camino de la pedanía de Cuartillos, se remataba en su tejado con una veleta forjada representando a Ramón Montoya, que ya lo dice todo. Debemos tener en cuenta que, entonces, muchas grabaciones históricas no estaban tan a dominio público como en la actualidad. Aquello propiciaba que muchos investigadores fueran en peregrinación a casa de Diego y Librada.
Aquellas reuniones sobrepasaban por mucho la de unos simples eruditos que se arracimaban entorno a una gramola. Se hablaba y se discutía con una gran profundidad de matices, ecos, compases. Unas sesiones, apuntaladas desde la cocina por la generosidad de tía Librada, esposa de Diego. Tras analizar y debatir de esta o aquella grabación, Luis y Diego siempre terminaban con abrazos y lágrimas en los ojos. Mientras, de la vieja placa de pizarra soltaba un quejío lastimero Juan Mojama buscando una puerta a la que llamar. Ese aprendizaje no tiene precio alguno y yo lo llevo cosido a mi ser.
También fue una gran suerte conocer en casa del “tío Diego” a Ramón Soler, fiel compañero y escudero de su tío Luis, quien ha heredado de él esa capacidad de análisis del cante que más tiene que ver con el corazón que con la mente.

Luis Soler, un aficionado cabal y reflexivo
Imagino que los compañeros, invitados a esta insigne tribuna, ya habrán escrito en más de una ocasión cuánto ha representando el libro “verde” de Luis y Ramón Soler para el mundo del flamenco. Con el título “Antonio Mairena, en el mundo de la siguiriya y la soleá” sigue siendo la cabecera de quien se tenga por aficionado; no digo ya de los investigadores. Por lo tanto, no me voy a extender demasiado en el asunto.
En este artículo quiero referirme más bien a otro tipo de producción literaria de Luis. Aquella en las que ha venido volcando sus pensamientos y reflexiones; todas nacidas de un saber íntegro. Son libros de Luis Soler que suelo consultar de otra manera. Y con otros fines. Me refiero, valga por ejemplo, al de “Reflexiones sobre el flamenco y los flamencos”, que fue publicado en comandita por “Amigos Flamencos de Extremadura” y la peña flamenca “Amigos del Cante” de Zamora” en Abril de 2013.
Si Manolito de María dijo que cantaba así por lo que había vivido, en el caso de Luis se podría decir que escribe así porque, no sólo lo ha vivido, sino también lo ha sentido. Esta publicación como algunas homólogas, las suelo leer a vuela pluma. Son esas tardes que los aficionados tenemos la necesidad de escuchar cante. Entonces coges el libro y lo abres por cualquier página donde encuentras artículos, conferencias o ensayos donde el autor se deja la piel en cada palabra.
Su riqueza es esa habilidad de llevarte a revivir de lleno algunos momentos con el autor. Como cuando nos cuenta, junto al querido José Luis Vargas, aquella vivencia con Tío Mollino. En palabras de Luis, no era ya un hombre mayor cantando algo bonito, era un oráculo “transitando y transmitiendo ecos milenarios. Ha vencido – prosigue – una vez más esa dura pelea consigo mismo… Ahora sí, han vuelto las oscuras golondrinas, y los duendecillos de Manuel Torre, de Tío Agujetas, los que revolotean en ese cuarto (de apenas diez metros) cada vez más impregnado de magia”. Y remata Luis: “Esa manera de decir el cante conmueve y trastorna.., con sacudidas que duelen hasta lastimar”.
Así sólo escribe quien es capaz de emocionarse por encima de juzgar si los tercios están bien ejecutados o no; más bien si le duelen o si se le pegan a las costuras del alma. Cuanto hace Luis es una radiografía de los sentimientos, o sea. Por eso, esta manera de contar las vivencias, en apariencia de forma sencilla, está destinada sólo a los quienes se le eriza el vello y le entra el cante por la vía directa dejando a un lado la erudición cuando es preciso.
Esto es un solo ejemplo; podría seguir con muchos más. Pero necesitaría dos o tres revistas como la que tienen en sus manos. Un somero repaso a su índice nos muestra todo un mosaico de riquezas para quienes, como Luis, aman el flamenco. Ahí esta esa evocación sincera a la familia Chaqueta; los diálogos desde la música clásica con Paco de Lucía; sus profundas reflexiones sobre el pensamiento mairenista; su defensa de intérpretes como El Cojo de Málaga en los cantes bajo andaluces; las aportaciones de la mujer al cante o su versión del significado del “saber escuchar”… En definitiva, lecciones de Luis Soler desde una cátedra imperecedera.

El homenaje a Luis Soler en la Universidad de Cádiz
Por esta y muchas otras razones propuse a la Universidad de Cádiz, con la que vengo colaborando desde 1994, que Luis Soler Guevara fuera reconocido públicamente por su contribución al arte flamenco. El acto, en el que colaboró la entidad financiera BBK, se celebró el 5 de noviembre de 2010, en la sede del hoy Edificio Constitución 1812 (antiguo Aulario La Bomba) de la universidad gaditana.
Fue un acto emocionante y, personalmente, un modo de mostrar mi gratitud al investigador pero también a la persona. Y como sabía de los gustos de Luis, contamos con la presencia en el cante de Manuel Moneo Lara, con su nieto Barullito a la guitarra (en paz descansen los dos), quien le dedicó una emotivas palabras. Os adjunto algunas fotos de aquel día.
En su breve comentario, Luis Soler tan sólo dijo una frase que quedará en la mente y los corazones de todos los alumnos universitarios y asistentes al acto: “me siento honrado porque este reconocimiento no lo valoro como algo hacia mi persona sino para un arte en el que he intentado aportar mi corazón y mi vida entera”.
No creo que hagan falta más palabras. ¡Gracias, Luis por tanto! ¡Sin ti y sin tu obra, quienes hemos venido detrás no hubiéramos tenido ese faro de sabiduría, de bondad y esa lección única del saber escuchar como arte supremo!
José María Castaño @Caminosdelcante