He tomado un poco de tiempo para escribir estas líneas dedicadas al amigo Domingo Rosado Cabezas. Una persona que se consagró en cuerpo y alma a nuestro arte flamenco con una generosidad desmedida. (Foto: Archivo familiar)
Cuando uno es demasiado joven, apenas si se da cuenta de la riqueza de ciertos encuentros que se producen en la vida. Yo tuve la inmensa dicha de enlazar, alrededor del Archivo del Cante Andaluz de Diego Alba, con un grupo de aficionados con un afán de aprendizaje sin igual y siempre dispuestos a compartir sus conocimientos.
Entre ellos me crucé con un hombre bueno y honesto cuya afición al cante era la vida misma; el aire que respiraba. A veces creo que el mundo del flamenco es muy ingrato con personas como Domingo Rosado, quien siempre se entregó con todos sin pedir nada a cambio. Me contaba de joven, cuando comenzó a gestarse la peña La Bulería, como eran ellos y algunos “cernícalos” quienes auxiliaban a Tío Borrico cuando su figura apenas contaba. Lo recogían en la Asunción, hacían una colecta entre ellos y, tras cantarles, le daban un dinerito que Tío Gregorio llevaba a casa contento y agradecido. Sin embargo, Domingo nunca se dio importancia alguna; ahora que todos usamos el flamenco para las medallas y las fotos.
Amén de su labor como peñista, Domingo lo grababa todo; primero en cintas de casete de las que habrá dejado miles y luego con su cámara de vídeo. Pero siempre, como un material para compartir y no para presumir de archivo. Recuerdo que tras los recitales, le entusiasmaba comentar los estilos que se habían interpretado y era un lujo gracias a sus profundos conocimientos.
Esos mismos le valieron para montar su pequeña escuela de cante para pequeños que comenzaban, lugar donde también acudían jóvenes guitarristas para curtirse. Porque, si bien Domingo era carpintero fino, en realidad moldeaba a sus alumnos en el decir más verdadero. Nunca dudó en llamar a sus amistades para llevar a sus canteranos a ciclos de peñas; convencido que ese era el camino más adecuado. Para ellos, el bueno de Domingo, era un respaldo tan recio como la caoba que tallaba con singular maestría.
A mi amigo Domingo Rosado, que ya habrá buscado a Tío Borrico nada más entrar en los tablaos del cielo, le debía estas líneas. Una pequeña nota que es, sobre todo, de agradecimiento a la persona y al aficionado cabal. Creo que llevar el cante hasta la misma médula lo hizo vivir y, porqué no, morir en paz tatareando un gemido entre sus labios.
Una parte de Los Caminos del Cante le pertenecen y siempre estaremos en deuda con su afán y ese credo flamenco que supo transmitir con bondad y corazón. Algún día, Domingo Rosado, merecería con creces un mínimo reconocimiento de los aficionados flamencos. Es de justicia.
¡Hasta siempre y descansa en paz, Domingo, gracias por formar parte de nuestros caminos que siempre fueron los tuyos!
José María Castaño @Caminosdelcante
Yo cante co Domingo y era amigo de la familia 40 años cde amista un gran aficionado al flamenco descance en paz
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