El anuncio de la marca cervecera Cruzcampo ha vuelto a situar a nuestra Lola Flores en el epicentro de la atención de nuestro país, justo cuando la artista hubiera cumplido los 98 años de edad. Lo más sorprendente es que la inmortal jerezana siempre estuvo en el ojo del huracán, traspasando tan diferentes épocas. Desde el pasado régimen a la democracia, de lo analógico a lo digital.(En portada, la estatua de Lola en su barrio y un frame del montaje del spot)
No vamos a descubrir ahora quién era Lola Flores. Una artista total, tanto en el escenario como en la vida, que no precisó destacar en ninguna faceta para transmitir -en su conjunto- como ella sola. Quienes estuvimos alguna vez de fiesta con la faraona podemos ratificar que su secreto era un aura (del latín, aliento) que todo lo envolvía; un carisma de vibración muy elevada.
Dicen que el escritor argentino Jorge Luis Borges llegó a afirmar que Fernando Quiñones tenía una proyección tan universal por lo muy gaditano que era. Lo mismo podemos decir de Lola y de su nacencia en pleno corazón del barrio de San Miguel de Jerez. Allí donde creció rodeada de una inmensa luz, el olor a salitre de las playas en lontananza y de un rosario de duendes. Hasta el punto que sin su crianza en La Plazuela, Lola Flores no hubiera sido Lola Flores.
Resulta pues incomprensible que el museo que se le quiere dedicar en Jerez se vaya a ubicar en el Barrio de San Mateo y no en los alrededores de su calle El Sol. Ítem más, dentro de un complejo dedicado al arte flamenco al que tocó tangencialmente por mucho que la quieran erigir en flamenca y equipararla a la Niña de los Peines, Fernanda de Utrera, La Perla de Cádiz o La Paquera de Jerez, por citar algunos señeros ejemplos. No, Lola Flores era una folclórica con perfiles aflamencados, agitanados incluso, pero su repertorio dista de los fundamentos del arte jondo; lo rozaba acaso. Por más que hubiera aprendido algunos pasos de baile en la academia de María Pantoja siendo niña.
Lo antedicho no deja de ser una cuestión opinable. Más grave es que a un barrio tan necesitado de inversiones y atractivos como San Miguel se le sustraiga la figura de Lola Flores. Como ya advertí en el artículo: “Si me queréis, dejadme en la Plazuela”; el lugar idóneo para el museo es su barrio natal, por más que se empeñen en justificar lo contrario. En su entorno y por el entramado de sus calles, la figura de la artista cobra toda su dimensión, su espíritu pleno. Y hay que precisar que no solo San Mateo es zona cero en la ciudad. Lo dije antes y lo digo ahora, cuando parece se ha despejado el lío con la peña Buena Gente. Sus socios, me consta, se van con la cabeza muy alta y consiguiendo importantes réditos del ruinógeno consistorio.
Los responsables políticos argumentan una serie de razones administrativas sobre la utilización del palacio de Villapanés, pero no creo que sea el único sitio para ubicar el museo de Lola dentro del área de su lugar de origen, en tal caso. Últimamente, La Plazuela parece no tener mucha suerte con los gestores culturales de la ciudad, a tenor del fallido homenaje al barrio en la pasada Fiesta de la Bulería.
Yo creo, y es una opinión personal no sé si compartida, que Lola Flores debe tener su museo en su barrio de San Miguel. Sería el gran revulsivo económico y cultural que le pertenece por derecho propio a esta necesitada zona de Jerez. Y, por lógica, la artista por ser tan universal y por ser tan de la Plazuela debería tener su sitio allí donde la cal de sus paredes iluminaron su mirada y su acento. Su museo en San Mateo no dejaría de ser un injusto desdén, un agravio a un barrio que suspira por algún gesto a cambio de haber dado tanto arte a su ciudad y al mundo. Si «Roma no paga traidores», los vecinos de San Miguel tampoco debieran hacerlo.
José María Castaño @Caminosdelcante