Con nombre propio: «Rafael del Águila» (de la mano de Javier Molina)

Habría que reunir a un comité internacional de antropólogos con la más alta titulación para estudiar la cantidad – y calidad – de personajes bohemios que en Jerez han tenido unas altas dosis de creatividad y talento a lo largo de su historia. (En portada Rafael del Águila. Foto de Colita)

Hay quiénes apuntan al vino de la tierra como argumento principal para este tipo de conductas digamos que no ajustada a los patrones del común de los mortales, para entendernos. Manifiesto mi ignorancia en ese sentido pero lo cierto es que abundan; basta señalar a fenotipos como Manuel Torre más atrás en la historia y más cerca a artistas como Luis de la Pica o el mismo Loco Romántico que era objeto de un anterior artículo por citar algunos ejemplos conocidos. Fuera del ámbito flamenco hay un numeroso listado también, pero no vamos a deternos en ello ahora.

Coincidiendo con la apertura de una peña flamenca a su nombre en Jerez nos propusimos hace un tiempo conocer algo más sobre un personaje de auténtica excepción cuya bohemia y excentricidades pudieran dar para un buen estudio sobre el ser humano. Hablamos de Rafael del Águila Aranda, nacido en Jerez en el año 1900 donde fallecería a los 76 años de edad (1976), no sin antes haber dejado bien acicalada la escuela jerezana del toque que inició el gran Javier Molina y que llega muy viva a nuestros días.

Hoy que se habla de un momento de oro en la guitarra jerezana no deja de ser curioso que se omita a este singular profesor de guitarra flamenca de cuyas manos salieron una pléyade de intérpretes de nivel superior, como veremos algo más adelante.

Sobre Rafael del Águila tenemos testimonios muy cercanos como los de un sobrino carnal suyo que era compañero mío en Onda Jerez RTV, Bernardino del Águila, también aficionado como yo a las seis cuerdas y que me regaló una foto original de su tío; los del maestro Alfredo Benítez Valle, quien tomó no pocas lecciones con el afamado profesor y algunos otros alumnos. Amén de un escrito de nuestro amigo Antonio Mariscal del que ya informaremos.

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Foto original de Rafael, obra de Pedro Carabante, alumno suyo.

Antes nos detendremos porque es preceptivo en la figura de otro jerezano ilustre de la de unas dimensiones extraordinarias en la historia de la sonanta; pues fue Javier Molina Cundí piedra angular de la transmisión en Andalucía de una enseñanza flamenca que llega a nuestros días en una palpable sucesión cronológica.

“El Brujo de la Guitarra” como también fue conocido Javier nació años antes de nuestro protagonista, justo 32 años, al venir al mundo en 1868 en la calle La Merced, 24 (donde hay una lápida conmemorativa) de Jerez para irse del mismo en 1956.

Durante todo ese tiempo Javier Molina se dedicó a la guitarra flamenca desde muy temprana edad ya que admitiría en una entrevista a su biógrafo Augusto Butler en 1963:

“Empecé el arte de la guitarra a la edad de ocho años, en la Alameda de Fortún de Torres (Alameda Vieja), con un señor ciego que tocaba el violín. Fue la primera vez que me puse en las tablas (Butler, 1963: 13).

Y es que la transmisión oral de la música española debe mucho a los invidentes.

Luego tornó en afamado intérprete por participar de joven, junto a su hermano que era bailaor, en las aventuras del joven Antonio Chacón. Del mismo modo por acompañar a las primeras figuras del género, como La Niña de los Peines, y grabando con el mítico Manuel Torre dos soleás y dos siguiriyas en la temprana fecha de 1931. Incluso se cuenta que fue él quien comenzó a formar artísticamente a una paisana de postín que arrasaría en los escenarios: Lola Flores (biografía de García Garzón, 2002).

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Famosa foto de Javier Molina «poniendo las manos» a un invidente

Según nuestro buen amigo e investigador almeriense Norberto Torres (en su artículo “La Tradición Oral en el Toque Flamenco: Recordando a Moraíto Chico”, publicado en La Revista de Investigación sobre Flamenco La Madrugá, nº 7, Diciembre 2012), la línea sucesoria del padre de la guitarra jerezana se habría iniciado con el gran maestro Patiño de Cádiz que enseñó a Paco el Barbero y Antonio Sol, quienes a su vez influyeron directamente en la concepción del toque de Javier.

Al margen de ello se sabe que Javier fue de los primeros en ofrecer conciertos de guitarra flamenca en solitario allá en los comienzos de la centuria anterior; faceta algo insólita en los tocaores de su época aunque no del todo excepcional.

Nos recuerda Norberto que el granaíno Manuel Cano afirmaba de Javier Molina que
“Además de un estudioso guitarrista y músico innato, el tocaor jerezano fue arreglador para guitarra de fragmentos de óperas y zarzuelas de las más en boga en este tiempo, que interpretaba como solista”(Cano, 1987: 90).

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Javier Molina Cundí

Igualmente, Javier Molina fue un pródigo enseñante del misterio de las seis cuerdas flamencas de muy notorias influencias en generaciones sucesivas. Hasta el punto de admitir Manolo Sanlúcar, durante un acto que le organizamos en su homenaje en la Universidad de Cádiz, lo siguiente:

“Detrás de cada una de mis composiciones está la guitarra de Javier Molina”.

El maestro sanluqueño mencionó – ya que Molina fue quien enseñó a su padre Isidro – que sabía interpretar las partituras musicales, cosa extrañísima en la época, y que era un lector voraz de libros variados. Pero lo mejor es que tenía un método de enseñanza del toque que lo dejó ciertamente impresionado y que aún conserva entre las pertenencias de su padre.

Sabemos que Javier ofreció sus clases aparte de Isidro Múñoz de Sanlúcar (por esta línea podríamos llegar a Vicente Amigo), a Manuel Morao (de quien sale toda una saga que llega a nuestros días con Diego del Morao y Pepe del Morao pasando por el genial Moraíto) y a José Luis Balao (con toda una generación de guitarras alucinantes jugando en la Champions Leage del toque, si me permiten esta expresión, como Alfredo Lagos, Juan Diego Mateos, Javier Patino, Santiago Lara, José Quevedo “Bolita” y un largo etcétera).

Y no hablemos de lo que pudo suponer su influencia si hablamos de nombres como Niño Ricardo y Melchor de Marchena quienes pudieron en mayor o menor medida tomar clases con “El Brujo de la Guitarra” jerezana.

Javier Molina no obstante permanece en el más cruel ostracismo en su ciudad natal, pese a la importancia suprema de sus enseñanzas al ser considerado el padre de la escuela del toque jerezano y que sus falsetas aún levantan enfervorecidos aplausos de los aficionados.
Tan es así que la ciudad no movió un solo dedo en conmemorar los 50 años de su muerte. Ni tan siquiera el Ayuntamiento de la época quiso pintar las letras ya invisibles de su placa en la calle Merced para hacerse la foto.

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Foto retrospectiva del homenaje que le tributamos en la UCA en el centenario de Javier Molina, único acto que se le dedicó. Manolo Sanlúcar, Manuel Morao y José Luis Balao

Salvo el Aula de Estudios Flamencos de la Universidad de Cádiz que ante tan sólo diez o doce alumnos organizó una mesa redonda con Manuel Morao, Manolo Sanlúcar y José Luis Balao, que es de justicia decirlo.

Y es que Jerez está en deuda permanente con una serie de artistas que por su condición de no tener apellidos gitanos – el racismo a veces invierte sus papeles en la ciudad lorquiana – los ha condenado a la nebulosa de los tiempos. Algún día tendrá que saldar esta inmensa deuda.

De momento y en el próximo capítulo ahondaremos en la figura de un alumno destacado de Javier Molina, el profesor de toda una generación de guitarristas extraordinarios: Rafael del Águila.

José María Castaño @Caminosdelcante

(Continuará)…

Publicado por Los Caminos del Cante

Programa de radio y web del mismo nombre que se emite desde Jerez de la Frontera

2 comentarios sobre “Con nombre propio: «Rafael del Águila» (de la mano de Javier Molina)

  1. Querido amigo Pepe, la fotografía del maestro Rafael, que se atribuye en el artículo a la serie de TV «Rito y geografía del Cante», es original de la fotógrafa Colita. La otra que os facilitó su familiar, la realicé yo cuando tomaba clases del maestro a finales de los sesenta del siglo pasado. Al cesar, lo que es del César. Un abrazo.

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